jueves, 2 de febrero de 2017

Reseña #339- Poesía concreta

Solo Tempestad
Por Facundo D’Onofrio

Cualquier definición de “arte concreto” –aunque el adjetivo parece haber estado, al principio, más al servicio de una especie de arte: la pintura– indica que es una tendencia artística cuyo rasgo específico es intentar prescindir de cualquier asociación simbólica con la realidad. La utilización de formas geométricas, colores planos y elementos plásticos (considerados “concretos” en sí mismos) no operan como representaciones de otros objetos, sino que son elevados ellos mismos a estatuto de tales. Es, a grandes rasgos, una forma de la abstracción.

En Argentina, en las décadas del 40 y del 50, trajinaron esta tendencia una importante colección de nombres, entre los que se destacan Enio Iommi, Lidy Prati, Raúl Lozza, Tomás Maldonado, Juan Del Prete, Juan Molenberg.

En el libro Poemas concretos, Cecilia Romana propone una serie de diálogos ficcionales –por momentos de cierta intimidad– entre estos personajes, hasta hilvanar un tejido de confidencias y banalidades, reflexiones sobre el arte, escenas de amistad y de amor, pinturas de época, un tono. Aparece, entretejida a la par, una serie de poemas dedicados al club All Boys y su mitología de periplo divisional.

El libro presenta una fuerte inclinación narrativa, con una prosa construida a la manera de versos y algunas imágenes líricas que hacen referencia a obras de los artistas mencionados (será tarea del lector hacerse del conocimiento para reponerlas). Aparece, por momentos, una tonalidad atribulada, que se manifiesta en las evocaciones de algunos personajes sobre su propia suerte y su relación con los otros.

Por último, creo que el libro propone dos lecturas no excluyentes –y seguramente otras de las que no puedo dar cuenta: por un lado, entender a los personajes como un interjuego de máscaras en las que habría que rastrear una o varias voces poéticas que vienen a decir, protegidas por la ficcionalidad de la máscara, una cantidad de pronunciamientos sobre las relaciones en general; por otro, una “ficcionalización” (si se me permite) de la vida de estos personajes, con una pretensión más ligada a lo narrativo, en la que los posicionamientos de cada uno están vinculados a datos concretos de sus historias reales y que el lector tendrá que reponer para tener, al finalizar el libro, un sabor más cercano a la plenitud.

No dejará de ser, si ese ejercicio no es realizado, un interesante retrato de las minucias y pormenores reflexivos que tiene un artista frente a su obra –y los criterios de éxito y fracaso que se imponen– y de lo que sucede mientras tanto, quizá lo verdaderamente importante y concreto: el amor, la amistad, la desdicha.

Poemas concretos (2015)

Autora: Cecilia Romana

Editorial: Cabiria

Género: poesía

miércoles, 12 de octubre de 2016

Sobre Escribanía de vivos y muertos



"En efecto, Leonardo Martínez traza un signo desafiante e inevitable en su poesía. Tal vez no podría escribir sobre otro tema ni sabría hacerlo de otro modo, sin embargo, no por ello su palabra deja de constituir un desafío, un legítimo desafío, ya que partiendo de la humillación desemboca en el
horizonte abierto de la paz consigo mismo y con los otros. Es esta rara armonía, lograda mediante una alquimia arcaica -risa anegada en lágrimas, alegría en el rescoldo del dolor-, lo que nos ha llevado a comprometernos en la lectura atenta de su palabra, en tiempos en que las causas públicas tienden a idealizar las soluciones de conflictos eternos que requieren de todo el ahínco de un creativo esfuerzo individual para vislumbrar la luz de una posible solución."
Ricardo H. Herrera sobre Escribanía de vivos y muertos de Leonardo Martínez en La República Posible. 30 Lecturas de 30 libros en democracia.
Mateo Niro y Diego Luis Bentivegna (eds.) Cabiria Ediciones, 2014

miércoles, 8 de junio de 2016

Biblioteca de héroes y mártires

El País
Por Raquel Garzón

De El eternauta a La república posible, de Alambres a La voluntad; un recorrido por los libros imprescindibles de los 40 años de dictadura y sus consecuencias.


lunes, 6 de junio de 2016

La pura luz

Revista Otra Parte
Por Marcelo D. Díaz

La poética de La pura luz pone de manifiesto el carácter problemático y la complejidad de la memoria subjetiva. El punto de partida es la infancia: “Tengo ocho años, tal vez nueve; / como en los versos de Dalton / lloro por las noches. / La lágrima, como un don que nace, /que no puede evitarse, /un estado del llanto”. La escritura encuentra su límite en la voz de la niñez y la lengua se convierte en un continuo balbuceo intraducible que demanda ser escuchado.

Es un texto en que una mirada objetiva y distante sobre la realidad convive con una voz íntima: “Estruja la pollera como un paño: / (mamá me está mirando /sentada en un pasillo). / Hospital de provincia, / el aire es claro; / hay un sol que desborda las ventanas. / Una bandada de jilgueros cruza / el paisaje lunar de las pantallas”. Para Bentivegna, hay instancias que se podrían representar como el encuentro con grietas que —al igual que en los poemas de Hospital Británico, de Héctor Viel Temperley— tienen su correlato en la enfermedad. La poesía en este caso es una cartografía borrosa del mundo, el diario de un viaje interior atravesado por las luces intermitentes de los electrodos en un hospital de provincia.

La percepción enrarecida del propio padecimiento, como si el cuerpo estuviese separado por completo de la voz, aparece de manera recurrente: “soy solamente alguien / —un tallo, una paloma— / que tiene la cabeza / llena de electrodos”. Aquí es el cerebro el centro de gravedad que define la órbita de la escritura: “Dejar tan solo una huella seca, / el cráneo con su círculo brilloso. / Reducirme a esa bola dura y refractaria / donde la luz golpea como un viento”. El epígrafe de la serie de poemas retoma unas líneas de Wikipedia sobre la actividad cerebral, una definición de la electroencefalografía: “es una actividad neurofisiológica que se basa / en el registro de la actividad bioeléctrica cerebral / en condiciones basales de reposo, en vigilia o sueño, y durante diversas activaciones (habitualmente / hipernea y estimulación luminosa intermitente)”. La luz cobra materialidad y consistencia física, el registro lírico se confunde con el tono de un informe médico y, al modo de la luz, la voz del poeta se refracta en voces superpuestas y de diferentes tonalidades reunidas en una lengua singular.

No sólo se trata de una lírica hospitalaria, un testimonio de las dolencias psíquicas. Los pasillos de la clínica son reemplazados por escenas a campo abierto que, sin ser escenarios bucólicos, nos sitúan en una tierra lejos de las luces artificiales del sanatorio, donde podemos respirar plenamente y el estado original del llanto desaparece en un clima serrano: “Cruzamos los terrenos. / Es la caza de las flores, de las piedras / con mica, de los nidos abandonados. / En el campo juntamos panaderos, / dentro de ellos viven estrellas. / Apenas los soplamos se desarman: / se vuelven, en un segundo, de aire”. Si la mirada de Bentivegna se desplaza del paisaje urbano al de las sierras, su trabajo con el lenguaje ordena presente y pasado en un mismo plano donde la memoria se reescribe una y otra vez en un juego de contrastes.

Diego Bentivegna, La pura luz, Cabiria, 2015, 70 págs.

jueves, 7 de abril de 2016

La verdad y otras mentiras. Historias de Hospital

Si tienen la verdad, ¡guárdensela! (Fernando Pessoa, Lisbon revisited)
Nunca seré un escritor, pero eso no me ha impedido escribir. Escribo para entender. Como un esfuerzo para tejer, entra la experiencia y el significado, una trama que encuentre su sentido. Acá se reúnen hechos y sensaciones, verdades y mentiras, aunque esas  categorías no tengan ningún valor en la literatura. La medicina es un modo de vida que cada uno vive como puede. Entre lo sagrado y lo profano vamos buscando el camino que no nos deje olvidar por qué elegimos recorrerlo. No encontrarán aquí ejemplos a seguir, ni la imagen inmaculada de una profesión que suele devorarse la existencia de quienes la ejercen. Más bien la penumbra de personas reales que todos los días hunden los pies en el barro. No hay héroes ni villanos. Apenas las voces de gente imperfecta, a veces sombría, a veces luminosa, que ya no sueña con la trivialidad del éxito pero que se resiste a perder la dignidad.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

A propósito de La pura luz de Diego Bentivegna

La pura luz (Cabiria, 2015) se despliega como una sucesión de imágenes recurrentes, reunidas en una lengua extraña en pleno movimiento.
POR MARCELO DÍAZ

En La pura luz se despliega una poética exploratoria sobre los alcances de la memoria subjetiva desde la narración de la infancia: Tengo ocho años, tal vez nueve;/ como en los versos de Dalton/ lloro por las noches./ La lágrima, como un don que nace,/que no puede evitarse,/un estado del llanto. En esa experiencia pasada la lengua poética encuentra su límite, el habla apenas se transforma en un balbuceo donde se disuelve, o refracta, la significación y la poesía se convierte en una especie de refugio del silencio.

Un libro de poemas enunciado en un tono narrativo como si fuese la sucesión de imágenes, o escenas, en cámara lenta de un documental. Un edificio negro:/ una escuela:/ una iglesia:/ un hospital;/ la luz blanca:/ un hotel;/ los vidrios destrozados:/ una cancha, en un pueblo, con sus sierras. Esa mirada que se construye de manera distante, y objetiva, con respecto a la realidad observada convive con una voz más íntima: Estruja la pollera como un paño:/ (mamá me está mirando/sentada en un pasillo)./ Hospital de provincia,/ el aire es claro;/ hay un sol que desborda las ventanas./ Una bandada de jilgueros cruza/el paisaje lunar de las pantallas. Existen momentos para el poeta que están signados por una fisura, una grieta, que se identifica, al igual que en los poemas de Hospital Británico de Hector Viel Temperley, con la enfermedad, instancias en las que las preguntas acerca de cómo significan las palabras, o  cómo las palabras construyen puentes con el mundo, aparecen en forma de inquietudes que regresan de manera insistente.