lunes, 15 de junio de 2015

Un poco más de Entrelíneas



Me parece que uno de los condimentos o sustancias más fuertes que tiene la literatura es la libertad. Al escribir y al leer. Y me parece que está bueno escribir lo que a uno le parezca y que después el lector se sirva de la mesa lo que le interese más. Escribir pensando en un lector limita muchísimo lo que uno escribe pero también limita mucho la lectura. Me parece que así los lectores ya nacen limitados porque uno escribió eso pensando en un lector determinado. ¿Por qué no dejar que el lector diga lo que quiere leer? Me parece que todas estas cosas, estas "literaturas" para jóvenes, o para niños, o lo que sea, tiene más que ver con una posición desde las editoriales, siguiendo por las librerías, que los ponen en los distintos anaqueles y los lectores están como guiados, orientados hacia determinados libros. (Por Jorge Accame.)


Pienso en alguien más bien abstracto cuando escribo. Alguien que va a descifrar el texto. Yo quiero que lo que escribo se entienda. A veces, sé que hay cosas que yo mismo las leo y no las entiendo. Pero nunca quiero ser confuso. Si salió confuso es contra mi voluntad. Creo que las interpretaciones de un texto pueden ser diferentes, pueden estar abiertas, pero que la escritura siempre tiene que ser clara. Si a escritores que escribieron hace dos mil años, uno los entiende, ¿por qué no voy a entender a alguien que escribió hace quince días y a la vuelta de mi casa? (Por Pablo de Santis.)



Yo creo que es un mito decir que se escribe desde el niño, por lo menos es un mito para mí. Mi manera de escribir, o mi estímulo para sentarme a escribir, en general es una idea. Aparece una idea. Tengo que encontrar desde dónde cuento esa historia, encontrar las palabras, que es algo que me encanta, explorar en el modo de contarlo. Y todo se pone en función de la historia. De que la historia quede bien, sea bella, creíble. Después encuentro un lector. O no. (Por Silvia Schujer.)


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