La pura luz (Cabiria, 2015) se despliega como una sucesión de imágenes recurrentes, reunidas en una lengua extraña en pleno movimiento.
POR MARCELO DÍAZ
En La pura luz se despliega una poética exploratoria sobre los alcances de la memoria subjetiva desde la narración de la infancia: Tengo ocho años, tal vez nueve;/ como en los versos de Dalton/ lloro por las noches./ La lágrima, como un don que nace,/que no puede evitarse,/un estado del llanto. En esa experiencia pasada la lengua poética encuentra su límite, el habla apenas se transforma en un balbuceo donde se disuelve, o refracta, la significación y la poesía se convierte en una especie de refugio del silencio.
Un libro de poemas enunciado en un tono narrativo como si fuese la sucesión de imágenes, o escenas, en cámara lenta de un documental. Un edificio negro:/ una escuela:/ una iglesia:/ un hospital;/ la luz blanca:/ un hotel;/ los vidrios destrozados:/ una cancha, en un pueblo, con sus sierras. Esa mirada que se construye de manera distante, y objetiva, con respecto a la realidad observada convive con una voz más íntima: Estruja la pollera como un paño:/ (mamá me está mirando/sentada en un pasillo)./ Hospital de provincia,/ el aire es claro;/ hay un sol que desborda las ventanas./ Una bandada de jilgueros cruza/el paisaje lunar de las pantallas. Existen momentos para el poeta que están signados por una fisura, una grieta, que se identifica, al igual que en los poemas de Hospital Británico de Hector Viel Temperley, con la enfermedad, instancias en las que las preguntas acerca de cómo significan las palabras, o cómo las palabras construyen puentes con el mundo, aparecen en forma de inquietudes que regresan de manera insistente.
Editorial cuyo objetivo fundamental es poner en circulación autores, temas y debates significativos para un público general a través de una perspectiva novedosa, que busca ser sólida desde lo teórico y, a la vez, ágil y atractiva desde lo metodológico. Los autores convocados gozan de un reconocido prestigio en instituciones culturales y educativas nacionales y extranjeras.
miércoles, 30 de diciembre de 2015
jueves, 17 de diciembre de 2015
Una temporada con más libros para más lectores
Página 12
Por Karina Micheletto
EL 2015 PARA LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL EN LA ARGENTINA
Una temporada con más libros para más lectores
La aparición de nuevas editoriales independientes, la diversidad de las propuestas, la calidad alcanzada por los escritores, ilustradores y editores, y la intervención del Estado, a través de compras de libros, dieron cuenta del panorama del sector.
Corrieron buenos vientos en los últimos años para la literatura infantil y juvenil en la Argentina, y el balance 2015 del sector está marcado por este envión que vale tanto para la producción –el mercado editorial y sus números fríos– como para la calidad de esa producción, con innovadoras búsquedas que comienzan a ser reconocidas en las ferias del mundo. La constante aparición de editoriales independientes que apuestan a esa diversidad; la calidad alcanzada por los escritores, ilustradores y editores; la intervención del Estado con compras que modificaron el panorama del sector, son algunos de los puntos sobresalientes de este balance positivo. Lo que queda en el debe del balance es la siempre difícil circulación de esta producción, con todas sus singularidades.
El dato de que en los últimos doce años el Estado argentino compró 92 millones de libros, a editoriales chicas, medianas y grandes, a través del Ministerio de Educación de la Nación, es una marca contundente de este balance. Esas compras llegaron a representar para el mercado local, en años como 2013, casi una vez y media (un 140 por ciento) más del volumen de las ventas privadas, según datos presentados por el Observatorio de la Industria Editorial en un encuentro de editores realizado en el último Filbita, Festival de Literatura Infantil.
Por Karina Micheletto
EL 2015 PARA LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL EN LA ARGENTINA
Una temporada con más libros para más lectores
La aparición de nuevas editoriales independientes, la diversidad de las propuestas, la calidad alcanzada por los escritores, ilustradores y editores, y la intervención del Estado, a través de compras de libros, dieron cuenta del panorama del sector.
Corrieron buenos vientos en los últimos años para la literatura infantil y juvenil en la Argentina, y el balance 2015 del sector está marcado por este envión que vale tanto para la producción –el mercado editorial y sus números fríos– como para la calidad de esa producción, con innovadoras búsquedas que comienzan a ser reconocidas en las ferias del mundo. La constante aparición de editoriales independientes que apuestan a esa diversidad; la calidad alcanzada por los escritores, ilustradores y editores; la intervención del Estado con compras que modificaron el panorama del sector, son algunos de los puntos sobresalientes de este balance positivo. Lo que queda en el debe del balance es la siempre difícil circulación de esta producción, con todas sus singularidades.
El dato de que en los últimos doce años el Estado argentino compró 92 millones de libros, a editoriales chicas, medianas y grandes, a través del Ministerio de Educación de la Nación, es una marca contundente de este balance. Esas compras llegaron a representar para el mercado local, en años como 2013, casi una vez y media (un 140 por ciento) más del volumen de las ventas privadas, según datos presentados por el Observatorio de la Industria Editorial en un encuentro de editores realizado en el último Filbita, Festival de Literatura Infantil.
martes, 8 de diciembre de 2015
Reseña de La pura luz
Perfil
Por Laura Isola
Un niño de ocho años es sometido a un
electroencefalograma “un día alucinado” “en algún hospital de provincia”. Para
contar la escena, se suceden los versos que forman “Poema acéfalo”, la primera
de las partes en las que Diego Bentivegna divide La pura luz, su último libro. El
procedimiento médico se sobreimprime a una experiencia poética y a un recorrido
intelectual. No es la voz del niño la que recorre los versos libres de métrica
pero atados a una tradición que va desde lo alto, “como en los versos de
Dalton”, de la cultura letrada, a lo menor, la provincia. Es una deriva por el
cuerpo de pequeño, por las palabras que refulgen iluminadas, hasta la ceguera,
por esa luz. Que es la de Pasolini que se enciende en el epígrafe: “Ed era pura
luce”, hasta la de Ciocchini: “¿podría ser acaso exterminada?” Pero, en todo
caso, con el autor de Poesía en forma de
rosa comparte su poesía en forma de prosa de este libro. También, va del
Pasolini consagrado al del verso en fruilano, la lengua de la madre, como
refugio de la palabra y la provincia como ese interior íntimo.
“La loca croata”, el segundo extenso poema,
lleva cita de Bispo do Rosário. Nadie mejor para atar arte y locura. Bispo do
Rosário murió de loco y de viejo para la
psiquiatría; de enviado de Dios y
profeta para él mismo. Lo que no pereció, o en todo caso renació casi como una
ironía, es su arte. Es que Bispo es el modelo del artista loco, encerrado en su
cuarto del hospicio bordando paneles, construyendo barcos y cosiendo el ropaje
que usaría el día que el Señor lo indique y sea el fin de este tiempo. Su
“atelier”, un lugar de cruce entre la racionalidad de la ciencia, el delirio
del “anormal” y los devenires artísticos, es el espacio perfecto para ligarlo a
la tradición de los artistas-locos. En los versos de Bentivegna, la loca croata
es eslava, es esclava que reza a sus muertos. Mejor dicho, “a sus muertitos”.
El diminutivo es afectivo y de nuevo, menor. Se viste de negro y deambula por
un conurbano alucinado, Munro, Adelina,
Florida, mientras recuerda Zagreb, los trenes, Budapest. O ¿era Udine, Triste,
Milán? Aquí las palabras se oscurecen. La pura luz emerge del sentido: no es la
luz diáfana que hace que el niño se vuelva transparente en el primer poema. Es
el sonido de una lengua rara, la masa informe de los muertos, “secos como una
hoja, en una tela de Kiefer”. Justamente, el pintor de versos. Los de Celan,
por ejemplo, en el cuadro que el artista alemán le dedica al pelo dorado de
Margarete (Dein goldenes Haar Margarete). Que Paul Celan le contrapuso el
ceniciento de Sulamith y, de esta manera, enlazando los cabellos y las
palabras, escribió uno de los poemas más conmovedores y perfectos sobre el
drama y la muerte: “Todesfuge” (Fuga de muerte) Kiefer parece necesitar a Celan
para poder hablar de ese pasado de ignominia. Lo busca en su lengua alemana
aprendida, en sus palabras metálicas y magnéticas, en el vacío de sus versos
cortos, en la intervención frente al silencio. Bentivegna, por su parte,
contrapone dos territorios y dos lenguas. En este caso, a oscuras y como un
murmullo.
La pura luz
Diego Bentivegna
Editorial Cabiria
2015
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