miércoles, 12 de octubre de 2016

Sobre Escribanía de vivos y muertos



"En efecto, Leonardo Martínez traza un signo desafiante e inevitable en su poesía. Tal vez no podría escribir sobre otro tema ni sabría hacerlo de otro modo, sin embargo, no por ello su palabra deja de constituir un desafío, un legítimo desafío, ya que partiendo de la humillación desemboca en el
horizonte abierto de la paz consigo mismo y con los otros. Es esta rara armonía, lograda mediante una alquimia arcaica -risa anegada en lágrimas, alegría en el rescoldo del dolor-, lo que nos ha llevado a comprometernos en la lectura atenta de su palabra, en tiempos en que las causas públicas tienden a idealizar las soluciones de conflictos eternos que requieren de todo el ahínco de un creativo esfuerzo individual para vislumbrar la luz de una posible solución."
Ricardo H. Herrera sobre Escribanía de vivos y muertos de Leonardo Martínez en La República Posible. 30 Lecturas de 30 libros en democracia.
Mateo Niro y Diego Luis Bentivegna (eds.) Cabiria Ediciones, 2014

miércoles, 8 de junio de 2016

Biblioteca de héroes y mártires

El País
Por Raquel Garzón

De El eternauta a La república posible, de Alambres a La voluntad; un recorrido por los libros imprescindibles de los 40 años de dictadura y sus consecuencias.


lunes, 6 de junio de 2016

La pura luz

Revista Otra Parte
Por Marcelo D. Díaz

La poética de La pura luz pone de manifiesto el carácter problemático y la complejidad de la memoria subjetiva. El punto de partida es la infancia: “Tengo ocho años, tal vez nueve; / como en los versos de Dalton / lloro por las noches. / La lágrima, como un don que nace, /que no puede evitarse, /un estado del llanto”. La escritura encuentra su límite en la voz de la niñez y la lengua se convierte en un continuo balbuceo intraducible que demanda ser escuchado.

Es un texto en que una mirada objetiva y distante sobre la realidad convive con una voz íntima: “Estruja la pollera como un paño: / (mamá me está mirando /sentada en un pasillo). / Hospital de provincia, / el aire es claro; / hay un sol que desborda las ventanas. / Una bandada de jilgueros cruza / el paisaje lunar de las pantallas”. Para Bentivegna, hay instancias que se podrían representar como el encuentro con grietas que —al igual que en los poemas de Hospital Británico, de Héctor Viel Temperley— tienen su correlato en la enfermedad. La poesía en este caso es una cartografía borrosa del mundo, el diario de un viaje interior atravesado por las luces intermitentes de los electrodos en un hospital de provincia.

La percepción enrarecida del propio padecimiento, como si el cuerpo estuviese separado por completo de la voz, aparece de manera recurrente: “soy solamente alguien / —un tallo, una paloma— / que tiene la cabeza / llena de electrodos”. Aquí es el cerebro el centro de gravedad que define la órbita de la escritura: “Dejar tan solo una huella seca, / el cráneo con su círculo brilloso. / Reducirme a esa bola dura y refractaria / donde la luz golpea como un viento”. El epígrafe de la serie de poemas retoma unas líneas de Wikipedia sobre la actividad cerebral, una definición de la electroencefalografía: “es una actividad neurofisiológica que se basa / en el registro de la actividad bioeléctrica cerebral / en condiciones basales de reposo, en vigilia o sueño, y durante diversas activaciones (habitualmente / hipernea y estimulación luminosa intermitente)”. La luz cobra materialidad y consistencia física, el registro lírico se confunde con el tono de un informe médico y, al modo de la luz, la voz del poeta se refracta en voces superpuestas y de diferentes tonalidades reunidas en una lengua singular.

No sólo se trata de una lírica hospitalaria, un testimonio de las dolencias psíquicas. Los pasillos de la clínica son reemplazados por escenas a campo abierto que, sin ser escenarios bucólicos, nos sitúan en una tierra lejos de las luces artificiales del sanatorio, donde podemos respirar plenamente y el estado original del llanto desaparece en un clima serrano: “Cruzamos los terrenos. / Es la caza de las flores, de las piedras / con mica, de los nidos abandonados. / En el campo juntamos panaderos, / dentro de ellos viven estrellas. / Apenas los soplamos se desarman: / se vuelven, en un segundo, de aire”. Si la mirada de Bentivegna se desplaza del paisaje urbano al de las sierras, su trabajo con el lenguaje ordena presente y pasado en un mismo plano donde la memoria se reescribe una y otra vez en un juego de contrastes.

Diego Bentivegna, La pura luz, Cabiria, 2015, 70 págs.

jueves, 7 de abril de 2016

La verdad y otras mentiras. Historias de Hospital

Si tienen la verdad, ¡guárdensela! (Fernando Pessoa, Lisbon revisited)
Nunca seré un escritor, pero eso no me ha impedido escribir. Escribo para entender. Como un esfuerzo para tejer, entra la experiencia y el significado, una trama que encuentre su sentido. Acá se reúnen hechos y sensaciones, verdades y mentiras, aunque esas  categorías no tengan ningún valor en la literatura. La medicina es un modo de vida que cada uno vive como puede. Entre lo sagrado y lo profano vamos buscando el camino que no nos deje olvidar por qué elegimos recorrerlo. No encontrarán aquí ejemplos a seguir, ni la imagen inmaculada de una profesión que suele devorarse la existencia de quienes la ejercen. Más bien la penumbra de personas reales que todos los días hunden los pies en el barro. No hay héroes ni villanos. Apenas las voces de gente imperfecta, a veces sombría, a veces luminosa, que ya no sueña con la trivialidad del éxito pero que se resiste a perder la dignidad.