jueves, 7 de abril de 2016

La verdad y otras mentiras. Historias de Hospital

Si tienen la verdad, ¡guárdensela! (Fernando Pessoa, Lisbon revisited)
Nunca seré un escritor, pero eso no me ha impedido escribir. Escribo para entender. Como un esfuerzo para tejer, entra la experiencia y el significado, una trama que encuentre su sentido. Acá se reúnen hechos y sensaciones, verdades y mentiras, aunque esas  categorías no tengan ningún valor en la literatura. La medicina es un modo de vida que cada uno vive como puede. Entre lo sagrado y lo profano vamos buscando el camino que no nos deje olvidar por qué elegimos recorrerlo. No encontrarán aquí ejemplos a seguir, ni la imagen inmaculada de una profesión que suele devorarse la existencia de quienes la ejercen. Más bien la penumbra de personas reales que todos los días hunden los pies en el barro. No hay héroes ni villanos. Apenas las voces de gente imperfecta, a veces sombría, a veces luminosa, que ya no sueña con la trivialidad del éxito pero que se resiste a perder la dignidad.
Este libro es el fruto de lo que han hecho muchas personas. De su confianza, de su generosa insistencia en creer que podía hacerlo, contra toda lógica y contra mi propia opinión. De quienes compartieron sus historias personales en mesas de café, en viajes o en las pausas de desvelo y madrugada en los pasillos de los hospitales.De mis compañeros de IntraMed que pusieron un entusiasmo y una pasión que yo nunca hubiera encontrado para que estos textos se publicaran. De las enseñanzas de la enorme Ángela Pradelli. De las iluminaciones que el gran escritor Mateo Niro me ofreció como si valiera la pena. De maestros de la medicina como Paco Maglio o Facundo Manes que lo leyeron con interés y lo comentaron con más cariño que objetividad. De médicos escritores como Ricardo Coler y Carlos Presman que, desde hace muchos años, me impulsaron a tomar coraje. De mi familia que toleró horas de encierro y de silencio con resignación y con inmenso amor. Sus debilidades y sus carencias son exclusiva responsabilidad de mi falta de talento, de mi descaro y de mi impostura de falso escritor.
Daniel Flichtentrei

Prólogo de Francisco “Paco” Maglio
El Dr Flichtentrei, mi amigo Daniel, me ha honrado al pedirme el prólogo de su libro La verdad y otras mentiras. Historias de hospital. Ante todo, es un libro “atrapante”; cuando se dispongan a leerlo, tómense bastante tiempo porque no lo van a cerrar hasta finalizarlo.
Una ventaja es que puede ser abierto en cualquier hoja, más aún, los capítulos pueden ser leídos sin un orden previo. Al decir de Macedonio Fernández, es un libro escrito para el lector “salteado”.
Tengo para mí, que hay dos clases de libros: los que leemos y los que nos leen, siendo esto lo más importante porque nos hacen reflexionar. Roland Barthes decía que el momento más importante de la lectura es cuando levantamos la vista porque algo nos hizo reflexionar. Estén seguros de que con este libro van a levantar muchas veces la vista.
Daniel hace algo más que escribir, dialoga con el lector, lo hace partícipe del relato, lo hace sentirse un protagonista más.
La Antropología Social nos enseña que nada es “natural” ni al azar (Borges aclaraba que todo encuentro casual es una cita), que lo más importante es encontrar el sentido, el significado profundo de por qué pasan las cosas que pasan, por qué las personas hacemos las cosas que hacemos; antropológicamente Daniel es un gran “significador”.
Los griegos diferenciaban el sabio del necio, el primero apunta a la luna con el dedo y el necio mira el dedo. En este aspecto, Daniel se comporta como sabio, siempre apunta a la luna.
Con claridad meridiana diferencia dos medicinas: la de las academias y la de la gente. Como no podía ser de otra manera, el opta por la segunda; de allí las historias de vida, pero no como historiografía (dónde y cuándo), sino como historicidad (cómo y por qué).
Daniel especifica que las historias clínicas son pura fisiología y él prefiere enriquecerlas con la biografía del paciente, por lo que acude no al interrogatorio sino al “escuchatorio” que es oír no sólo lo verbal sino también lo paraverbal (gestos, ademanes, actitudes, entonaciones, etc), incluso escuchar los silencios que, como dice, Ivonne Bordelois, son generadores de palabras.
Desarrolla las biografías como la experiencia social de lo vivido humano como enfermo, el sentido del padecimiento.
Lo más importante es que el escuchatorio es terapéutico; como ya lo mencionaba Hipócrates “muchos pacientes se curan con la satisfacción de un médico que los escucha” y, más recientemente William Osler: “practicar la medicina sin los libros es navegar sin brújula, pero intentar practicarla sin escuchar a los pacientes, ni siquiera es embarcarse”.
Daniel hace al lector partícipe también de sus emociones, como la ternura de Hilario en su relación con su amado perro y el sentimiento cuando dice “también lloré”, cambiando el machismo que los hombres no lloran por el poeta: “No llora una planta al ver que alguien intentarla corta ?,luego no es ninguna afrenta llorar por una mujer”.
Las descripciones son tan detallistas que es como si uno las estuviera viendo, incluso sintiendo como cuando se deleita con el aroma de la sopa paraguaya que a uno le hace sentir también ese aroma.
La descripción de los enfermos y familiares esperando a la entrada del hospital es como una “corte de los milagros” que bien podría haber suscripto Víctor Hugo.
Con su vasta cultura nos hace recorrer a Beckett, Auster, Borges, Papini, Cortázar, Proust y Dostoievsky Como un moderno Emile Zolá, no solamente acusa a los autoritarios y a las injusticias (a los primeros los llama “mediocres arrogantes”) sino que además defiende a sus víctimas.
Se presenta “Freyrianamente” cuando reconoce: “aprendí cuando pretendía enseñar”. ¡Qué lección de humildad! Cuando relata su paso por una Villa Miseria, rescata los valores morales de esas poblaciones sumergidas en la pobreza y oprimidas por una mayoría socio centrista, prejuiciosa y tendenciosa.
Describe minuciosamente la vida de los residentes, que no es precisamente un lecho de rosas, pero es la única profesión que puede dar grandes satisfacciones como ayudar a morir, que lo hace con profunda humanidad.
Lo mejor que leí en Decisiones Anticipadas es el último capítulo “Carta al médico que decidirá por mí cuando yo no pueda hacerlo”. Es un ejemplo digno de imitar.
Decía Borges, que un prólogo debe ser un brindis y yo brindo para que Daniel nos siga regalando textos para reflexionar, salud y muchas gracias.
Paco Maglio

Prólogo del Dr. Facundo Manes a La verdad y otras mentiras
Yo aconsejaría esta hipótesis: la imprecisión es tolerable o verosímil en la literatura, porque a ella propendemos siempre en la realidad. JLB
Así como el discurso científico tiene como premisa lograr la seguridad unívoca de lo que es verdadero y lo que no lo es, el artístico, más bien, promueve la duda, la ambigüedad, los significados múltiples. El arte surgió en la evolución del ser humano hace algunas decenas de miles de años y se desarrolló a lo largo de la historia a través de distintas manifestaciones como la música, la plástica y la danza. Otra de estas prácticas artísticas se dio a través del signo lingüístico por medio de la oralidad y, en un tiempo mucho más próximo al nuestro, también de la escritura. Es gracias a esta última invención que surgieron “monumentos” de la literatura como La divina comedia de Dante Alighieri, el Quijote de Cervantes, El proceso o América de Kafka y… Jorge Luis Borges. De todos ellos, pero sobre todo de este último, no deja de sorprendernos sus intuiciones, abordajes e hipótesis previas a través de su obra literaria de lo que, tiempo después, las neurociencias intuirían, abordarían o hipotetizarían desde la ciencia. Una de ellas, quizás lo más conocida, es aquella que tiene que ver con la memoria y con el olvido (el cuento “Funes el memorioso” de Borges es de los mayores exponentes de la reflexión sobre estos temas). Pero quizás sea valioso, por esta vez, recorrer con este autor argentino otro sendero. En su libro Discusión, Borges dice en uno de los breves ensayos:
“La simplificación conceptual de estados complejos es muchas veces una operación instantánea. El hecho mismo de percibir, de atender, es de orden selectivo: toda atención, toda fijación de nuestra conciencia, comporta una deliberada omisión de lo no interesante. Vemos y oímos a través de recuerdos, de temores, de previsiones”.
De la misma manera que lo expone Borges, el modelo cognitivo plantea la hipótesis de que las percepciones de los eventos influyen sobre las emociones y los comportamientos de las personas. Es decir, lo relevante no está puesto sobre las situaciones en sí por fuera de las personas, sino más bien en la interpretación que se realiza de esas situaciones. Ante una misma situación, diferentes personas podemos atribuirle significados diferentes. ¿Cómo se explica esto? Se llaman “esquemas mentales” a las estructuras de pensamiento que nos permiten interpretar y categorizar la información proveniente de nuestro alrededor. A partir de ellos, organizamos las ideas acerca de nosotros mismos, de los otros y del mundo, es decir, formamos nuestras creencias. Así, se conforma un modo de ver la realidad que se va desarrollando a lo largo de la vida.
Lo conocí a Daniel Flichtentrei como promotor de la ciencia y de la cultura, como divulgador y como médico. Ahora lo reconozco en este libro como la suma de todo esto. Porque el que escribe anuda lo que vive, lo que sabe, lo que recuerda, lo que desea, lo que imagina. Por eso ese especie de contradicción u “oxímoron” (como lo llamarían los literatos) del título “la verdad y otras mentiras” que parece tener que ver con el campo de la filosofía o del arte, tiene que ver también con el campo de las neurociencias: un cruce contradictorio que vuelve resbaladizo la propia percepción, el recuerdo sobre eso, el artificio de su relato y la credulidad del lector sobre lo que se cuenta. De todo eso está hecha esta eficaz antología de “historias de hospital” que, por acción u omisión, revela e interpela nuestros propios esquemas mentales.
Leí cada uno de los relatos que forman este libro de un tirón, con esa sensación extraña de verse uno mismo en tantas historias ciertas e inciertas de guardias, de pacientes, de vida ahí donde eso es lo que se juega cada día y sobre todo cada crepúsculo, cada noche y cada amanecer (este libro, como muchos de nuestros recuerdos médicos, transcurren durante esas horas). Escuché acá las voces de cada colega, de cada padre que hablaba por su hijo y de cada hijo que hablaba por su padre. Tuve esa sensación extraña, decía, de que se estaban corriendo el velo de esas horas duras, sacrificadas, pero también íntimas, para que sean leídas por quien quisiera leerlas. Pero recordé eso que supe desde que caminé por primera vez por esos mismos pasillos a esas mismas horas que alguien por fin tenía que hacerlo. Y acá está.
Sobre todo eso, propongo la lectura de este libro como lo que es: un manojo de precisos relatos sobre breves e intensos mundos. Mundos posibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario